La Organización Mundial de la Salud (OMS), especializado en gestionar políticas de prevención, promoción e intervención en salud a nivel mundial considera que; La exposición al radón, después del tabaquismo, es el factor más importante de riesgo en el desarrollo de cáncer de pulmón. Un artículo publicado en el British Medical Journal por James Milner, afirma que los proyectos de eficiencia energética podrían llevar un aumento del 56.6 % en las concentraciones medias de radón.
El radón es un gas incoloro, que se produce de forma natural, por el resultado indirecto de la descomposición de uranio y torio, y que puede ser encontrado en el aire del interior de un hogar. Esto genera un polvo radiactivo que se retiene en las vías respiratorias y provoca un daño pulmonar que incrementa la posibilidad de desarrollar un cáncer.
Se estima que cada año en Reino Unido hay 1.400 casos de este tipo de cáncer y 21.000 en EEUU.
El aumento de estas concentraciones de radón, provienen tras realizar algunas mejoras de eficiencia energética, alterando la forma natural la forma en la que los edificios renuevan el aire de su interior. Estas mejoras reducen el consumo de energía, haciendo más eficiente el edificio, pero puede aumentar los riesgos en la salud.
Un estudio realizado en 2013, sugirió que existen riesgos similares a los mencionados en edificios reformados, por el crecimiento del moho o el síndrome del edificio enfermo, en el que los habitantes experimentan problemas de salud. Cuando la humedad queda atrapada, habrá más moho en el interior y las personas serán propensas a padecer fatiga crónica, irritación pulmonar y ojos llorosos.
Por ello es necesario tener una buena calidad del aire en el interior de los edificios, el aire debe estar libre de olores y polvo, no debe estar ni demasiado quieto ni con demasiadas corrientes y con un grado de temperatura y humedad confortable. Se recomienda la ventilación diaria de la vivienda y si existe ventilación cruzada, mejor. Además los equipos mecánicos o instalaciones de los edificios deben ser mantenidos en buenas condiciones sanitarias.
Los contaminantes pueden tener su origen en una variedad de fuentes tanto dentro como fuera del edificio, ya sea por materiales químicos, bacterias, hongos, polen y el polvo, como por otros factores que no tienen que ver con la calidad del aire como son la temperatura, la humedad, la iluminación, el ruido, el estrés personal y las condiciones de salud pre-existentes. Además influye el mantenimiento de los sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado, los materiales de limpieza, cosméticos o desechos metabólicos (respiración y transpiración).
En definitiva, el uso de equipos para controlar la calidad del aire interior en los edificios podría reducir o eliminar los impactos negativos que se producen. Por ello, habría que intentar que nuestro edificios sean más eficientes energéticamente pero controlando el impacto negativo que puedan tener sobre las salud de sus ocupantes.